Todo comenzó a mediados de los años 60 en las afueras
de Valencia en un pueblo llamado La Eliana, este pueblo como tantos
otros de la franja mediterránea se dedicaba principalmente a la
agricultura y más en especial a los cítricos, era un pueblo pequeño en
el que como máximo habría unos quinientos habitantes y todos ellos se
concentraban en las pocas calles que rodeaban a la plaza del pueblo,
todos salvo la familia González que residían en las afueras del pueblo
en una gran mansión que antiguamente pertenecía a los Duques de Flores.
Era una casa preciosa, de altos techos e innumerables salones y
habitaciones, todos ellos decorados con gran gusto.
La mansión también constaba de unos espaciosos jardines en los que
era fácil perderse y todo ello rodeado por un muro por el que solo se
podía acceder mediante una gigantesca puerta de acero forjado.
Allí vivía la familia González cuyo cabeza de familia era Joaquín
González y se dedicaba por entero a sus negocios empresariales, su
esposa era la Sra. Patricia González una distinguida dama de la
aristocracia valenciana que además de ser una preciosidad era la madre
de cuatro lindas criaturas. Los pequeños de la casa iban desde los
cuatro meses que tenia José hasta los cinco años que tenia la mayor
Nancy, que era igual de bonita que su madre. Era lo que podríamos
resumir como una familia feliz.
La familia González tenia un servicio que estaba compuesto de una
niñera, dos cocineras y otras dos mujeres que se dedicaban a la limpieza
de la casa y las faenas del hogar, sin contar a los hombres que se
encargaban del cuidado del jsrdín y de los pequeños arreglos que pudiese
necesitar la casa por el paso del tiempo.
Mantenían una relación muy cordial con sus vecinos del pueblo pues en
las fiestas siempre hacían una fuerte aportación de dinero que
engrandecía los festejos.
En apariencia todo funcionaba de maravilla, dentro de pocos días
llegarían las fiestas de Navidad y la familia estaba realizando todos
los preparativos para que fuesen unas Navidades inolvidables.
Pasaron los días y por fin llegó la Navidad; toda la casa se llenó de
colorido y en el jardín adornaron el abeto que tenían con giraldas y
bolas de colores, los niños estaban encantados, todo eran risas y
diversión y muy pronto llegarían los Reyes Magos cargados de regalos
para ellos.
Llegó el día de Noche Vieja y los señores González se preparaban para
asistir a una fiesta que daban en el pueblo, en la que iría a tocar
una orquesta y habría baile hasta bien entrada la noche. Esa noche todo
el servicio tenía fiesta menos la niñera ya que ella se tenía que
quedar a cargo de los pequeños.
Una vez los señores González se hubieron marchado la joven niñera se
dispuso a dar de cenar a lo críos y acostarlos. Los más pequeños no
tardaron mucho en dormirse pero la preciosa Nancy y su hermana Sandra le
pidieron a la joven que les contara un cuento para poder dormir, esta
les contó un par de historias de su invención en las que aparecían
príncipes y princesas y las niñas no tardaron en caer rendidas en brazos
de Morfeo.
La muchacha ya algo agotada las arropó y con mucho sigilo salió de la habitación cerrando tras de sí la puerta.
Eran prácticamente las diez de la noche y se decidió a ir a comer
algo a la cocina, la gran mansión se encontraba en un silencio
sepulcral, tanto que a veces le recorría un pequeño escalofrío por el
cuerpo.
Después de prepararse una ensalada y un pequeño bocadillo de jamón y
queso se dirigió al comedor donde escucharía un poco de música mientras
intentaba leer un poco.
Pasaron las horas y la chica se quedó dormida en el sofá.
Sobresaltada se despertó, pues estaba sonando de forma incesante el
teléfono, -ring, ring...- no paraba de sonar en ese momento ella
no sabía exactamente donde se encontraba tardó unos segundos en darse
cuenta que estaba en la mansión de los González.
Se levantó rápidamente del sofá y cogió el teléfono que se encontraba
sobre una mesilla cerca de la lámpara. Descolgó el auricular pero al
otro lado de la línea no se escuchaba a nadie; ella preguntó varias
veces "buenas noches casa de los González ¿hay alguien ahí?",
pero nadie contestó... transcurrido un tiempo colgó el teléfono y se
quedó mirándolo durante unos instantes, luego sin darle más importancia
se fue a recoger los platos y el vaso que había dejado junto al sofá
para llevarlos a la cocina, una vez allí los metió en la pila y cuando
se disponía a limpiarlos volvió a escuchar el timbre del teléfono -ring, ring...-
de nuevo salió corriendo hacia el comedor y sofocada cogió el
teléfono. Tampoco esta vez se escuchó nada al otro lado, la muchacha
algo preocupada preguntaba incesantemente -¿diga, diga?- pero nadie contestaba. Finalmente se volvió a cortar la comunicación.
Sari, que así se llamaba la niñera, pensó que sería un fallo de la
central telefónica pues no era raro que durante esas fechas hubiese
cortes telefónicos debidos al mal tiempo. No había dado dos pasos cuando
de nuevo sonó el teléfono, rápidamente lo volvió a coger y de nuevo
preguntó si había alguien... al otro lado de la línea pero nadie
contestó, aunque esta vez escuchó algo que las otras veces no había
oído, se escuchaba con claridad, tal vez con demasiada claridad, sonaba
como un goteo - cloc, cloc ...- Sari volvió a preguntar - ¿buenas noches, hay alguien?-
pero nadie contestó. La muchacha comenzaba a estar algo preocupada y
decidió llamar a la policía del pueblo para comunicarles lo sucedido,
descolgó de nuevo el teléfono y cuando se acercó el auricular a la
oreja volvió a escuchar - cloc, cloc ...-. Atónita soltó el
teléfono y retrocedió unos pasos... no entendía qué estaba ocurriendo.
Con miedo cogió el auricular y lo colgó se dirigió al salón principal
donde había otro teléfono e intentó volver a llamar desde él pero antes
de que ella lo descolgase, este sonó con un timbre que ya estaba
comenzando a desquiciarla -ring, ring...- Esta vez tardó más en
coger el teléfono pues lo que podría sonar al otro lado la
intranquilizaba; finalmente lo descolgó y se lo acercó poco a poco a la
oreja como sabiendo ya de antemano lo que iba a escuchar - cloc, cloc ...- es lo que oyó. Aterrada tiró el auricular al suelo con rabia y le gritó de forma histérica al teléfono -¿quién es?, ¿qué es lo que quiere?- pero el teléfono solo contestaba - cloc, cloc
...- De nuevo lo volvió a colgar entre sollozos, pero una vez colgado
éste volvió a sonar, la muchacha aterrada ya no se atrevió a descolgarlo
y decidió coger a los niños e irse con ellos al pueblo en busca de sus
padres y la policía, subió corriendo la escalera que llevaba al cuarto
de los más pequeños mientras por toda la casa resonaba -ring, ring...-.
Abrió la habitación de los niños pero ellos no estaban en allí, sin
apenas podérselo creer abrió la habitación contigua en donde dormían
Nancy y Sandra y ellas tampoco se encontraban en la habitación. El
pánico se apoderó de ella y comenzó a gritar enloquecida pidiendo que
parase el incesante timbre del teléfono, pero éste no cesaba -ring, ring...-.
cogió el teléfono que se encontraba en el pasillo y antes de dejarlo
descolgado para dejar de oír su timbre volvió a escuchar el sonido de
las gotas que caían - cloc, cloc ...-.
Comenzó a correr por toda la casa buscando a los niños, recorriendo
cada una de las estancias mientras en su cabeza no paraba es escucharse
un tétrico y a la vez incesante goteo - cloc, cloc ...-. Una
por una recorrió todas las habitaciones sin éxito, los niños no
aparecían por ninguna parte, sólo le quedaba mirar en el ala oeste del
caserón destinado al personal que trabajaba en la casa, cogió una llave
maestra para entrar en los aposentos privados de los trabajadores pero
en ellos no encontró nada, entró en el baño del servicio empujando
bruscamente la puerta, allí estaban.
Sus ojos desorbitados no podían creerse la escena que tenían delante.
Atónita contempló cómo las cuatro criaturas estaban dentro de la
bañera vacía, apilados unos sobre otros, habían sido degollados y
metidos allí. La cabeza de la pequeña Nancy sobresalía de la bañera y
de su cuello emanaba un hilo de sangre que recorría el borde de la
bañera y caía sobre el auricular del teléfono descolgado produciendo un
incesante goteo - cloc, cloc ...-
Nunca se encontró al culpable y tuvieron que pasar muchos años para
que la gente que pasaba cerca del caserón no sufriera un escalofrío al
recordar los hechos.
Después de aquello la pobre Sari tuvo que tener ayuda psicológica
hasta que a finales de los años setenta terminó con su vida arrojándose
desde un octavo piso, dicen que por las noches cuando dormía no dejaba
de escuchar las gotas de sangre que caían sobre el teléfono.
Desde entonces la casa esta deshabitada pues la familia González se
mudo a la ciudad de Valencia intentando olvidar lo ocurrido y nadie
quiso comprarla después de los hechos que en ella acontecieron.
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